
tan vulgar como sublime
roberto anguita
Son campos de labor ordenados bajo códigos indescifrables.
Oficinas sobre cuyas ruinas se levantan nuevas oficinas.
Son solares, y calles de muchas direcciones. Parques y plazas donde los ancianos se reúnen para ver pasar a los que algún día lo serán.
Son montañas que emergen de las tripas, con laderas construidas por la humedad, por el viento, por el tiempo…
Erosiones que clarifican la memoria…
Son briznas de hierba que crecen sobre montones de escombro y ríos de pintura que abren nuevos cauces a lo que uno siempre había pensado.
Es el viento abrasador del desierto golpeándome la cara y las olas del paraíso acariciándome los pies. Es la mano del hombre que moldea la falsa perpetuidad de la obra de deidades que nunca me presentaron.
Las imágenes de Héctor Jácome son todas esas cosas y muchas otras más. Pero sobre todo son puertas entornadas que permiten asomarse a un cúmulo de vivencias, de abismos y lugares felices, de territorios transcurridos y emociones impresas en el barro.
Son, en definitiva, ladrillos hechos de sinceridad apilados con maestría por un tipo de mirada tan vulgar como sublime.