
un soñador sin mácula
Guillermo Asián
Suena “Alice In Wonderland”.
Recostado en mi sillón favorito me deleito con Bill Evans, recreando el espacio y su expansión en un punto de fuga inimaginable, allí donde la curva es un bocado eterno que retrae el sueño de los perdidos.
Resulta estimulante este escalofrío.
Refuerza la exactitud del ritmo a pesar del contratiempo.
Hacer fotografías es algo parecido: un acto de entrega espontáneo donde ojo y corazón basculan al unísono, en una corchea visual sin final. Sosteniendo el libro entre los dedos, Héctor reclama un momento y atrapa el vaso, bebiendo sorbos de nostalgia o de aparente tranquilidad. Al ver sus grandes manos dudé de la capacidad para manejar objetos pequeños como granos de arroz.
Es al contrario, gobierna suavemente lo ínfimo como un gran animal a sus crías, embebido en la delicadeza de un aroma sin procedencia que impregna fibras exquisitas. Con la sutileza que otorga el amor por la vida a pesar del miedo.
Atrapado en un fotograma, su mirada vuela con cuidado y de soslayo, abarcando el lienzo de sus fotos de arriba abajo y al revés. Fumando y observando en panavisión con la sonrisa cómplice del placer.
Es teorema e ingenua burla, creación y final. Vida. Su nervio sugiere la ida al extremo sensible de la percepción; un paseo tranquilo hacia el reposo; la tensión en el vuelo de un cristal que nos muestra, entre grises y luces, la dirección inequívoca de una mirada atrapada en desiertos de simple complejidad.
Héctor, que a la postre es un soñador sin mácula, nos regala el milagro de la memoria a pesar de la disonancia, resolviendo de un plumazo la esencia del olvido.
Dejarse abrazar por sus imágenes resulta tan sencillo como flotar en el agua. Un ínfimo recorte.
Otro universo.